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Entre balas y droga, niños aprenden a convivir con violencia en Jerez, Zacatecas

Aldo tiene 12 años y, a su corta edad, ya reconoce la mariguana, el cristal y ha sentido lo que es cargar entre sus manos una pistola 9 milímetros. Vivió en una de las 14 rancherías abandonadas por la violencia en Jerez, Zacatecas. Aldo no es malo, simplemente le tocó convivir con los sicarios que invadieron su pueblo. El adolescente cuenta que en una ocasión integrantes del Cártel Jalisco lo invitaron a trabajar, pero se negó, primero, por temor a que algo le pasara a él o a su familia, y por ver las condiciones en las que viven los narcotraficantes en las montañas de Zacatecas. “Una vez me vistieron con ropa de ellos y me llevaron a cargar droga. ¿Y tú qué les dijiste? Pues nada oiga, qué les dices. ¿Cuánto te pagaron? Hasta eso pagaban bien los güeyes, me dieron mil 500. ¿Qué hiciste con ese dinero? La mera verdad los tire, no me gusta ese dinero robado”, comentó con seriedad Aldo.

Narró que la droga llegaba en camionetas hasta la ciudad de Jerez y de ahí la transportaban hasta los ranchos. “La compraban los güeyes yo creo, la traían en cajas o en bolsas, era cristal, pura coca y cristal, la traían en cajas de camionetas”, dijo. Dijo que entre los sicarios había niños que portaban armas de fuego de grueso calibre: “los niños eran malos, nos decían que, si no querían trabajar y todo, y les dije, no, yo aquí estoy bien, o qué si igual que si les dábamos de comer que tenían mucha hambre, todo querían ellos. ¿andaban armados? Sí, pinches cuetonones traían”, comentó. Señaló que la primera vez que vio a los criminales en su pueblo se asustó, pero con el pasó de los días se acostumbró a su presencia, al grado de tejer una amistad, sobre todo con los menores con los cuales llegó a jugar, porque al final de cuentas y a pesar de trabajar en esa labores, no dejan de ser niños.

Entre charlas, los niños y los adultos sicarios le dijeron a Aldo que eran de Guadalajara, pero nunca abundaron en la forma en la que fueron reclutados por el grupo criminal. También asegura haber sido testigo de la forma en la que transportaban las balas hasta Jerez y maletas con dinero. “(Traían) unos costalones, chulos los güeyes, que nomás brillaban oiga. -¿Y balas también traían? «Sí, las cargaban en costales. Un día que vinieron vi que las cargaban en un camión, las echamos, a eso casi no les ayude”. Pero lo peor que Aldo vio durante el tiempo que su pueblo permaneció sitiado por los delincuentes fue el asesinato de un tendero. Señaló que él y su hermano estaban jugando afuera de la tienda cuando los sicarios se aparecieron y les dijeron que se escondieran, fue entonces que corrieron detrás de una puerta. Narró que por un agujero de la puerta vio cuando los narcotraficantes le dieron tres balazos en la cabeza al tendero y después se fueron del lugar. A pesar de la violencia que ha vivido, el sueño de Aldo es trabajar en el campo, es algo que le apasiona, decidió que no quiere estudiar más allá de tercero de primaria, aseguró que le basta con saber leer y hacer cuentas para trabajar en el campo.

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